lunedì 22 ottobre 2007

Calamar.

Como definir sino aciago la brisa lóbrega a matacandil enmohecido que avecina desde la costa en estos últimos meses del año, cuando los calamares – ya medios adultos, medios crecidos - se aproximan a la superficie en busca de hombres y, éstos, de calamares ¿Qué mayor entresijo puede tener todo esto?

El problema radica cuando no existe mortal en caza de calamares y estos, con convicción férrea propia de un cefalópodo, salen del mar en centurias en busca de personas, como acaeció el año anterior. Devastando las cosechas y las almas, aún hay huellas por doquier. Úlceras desangradas provocadas por ventosas.


Nunca he visto a algún ser escaparse de sus grandes tentáculos. Corren a gran velocidad y se abalanzan precipitadamente -como si la embocadura a todas sus angustias se encontrara en el seno del la complexión humana- sobre su presa, la oprimen hacia si y, rápidamente, clavan su pico con aquel desprestigiado veneno paralizante. Cogen a su presa y la internan en lo abismal, en lo profundo del mar-calamar.


Dicen los mitos que todos los cuerpos van a dar al sitial de los calamares y son servidos de comida para los nautilos; porque como te puedes imaginar, un calamar nunca podría menoscabarse comiendo algo tan soez y sabandija como la carne humana. Se ha pensado en exterminar a estos animales genocidas pero siempre han sido -siempre- más arteros y ladinos…


El año pasado, inteligentemente, adaptaron y emularon articulaciones y sonsonetes animales como el maullar y el ladrar. Este año planeamos arrancar, pero un cefalópodo nunca olvida.